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Mi guayaba

Un sonido peculiar, una mezcla de chasquidos y pujos llamaron mi atención. La vi salir del caparazón y gatear sobre la tierra. Palpaba texturas cotidianas, que ahora, sin la carga de su casa circular, se revelaban distintas. Sus manos parsimoniosas, sus dedos como pequeños insectos olían la humedad.

Acercó su rostro al suelo y descubrió que las raíces hablaban con un murmullo similar al que hacía el viento al visitar su carcasa.

Tropezó con una guayaba y embriagada por su perfume decidió zambullirse de lleno en su meloso corazón. Las antenas se le pusieron dulces, y más dulce fue el sueñito que le invadió. La vi cerrar los ojos, plácidamente, acurrucada entre las semillas. El sueño se me contagió, quedé dormida en la hamaca.

De pronto la voz de mi vecino me despertó. Miré aterrorizada que había cogido la guayaba y se disponía a tirarla a la basura, mientras decía – ¡Qué asco estos gusanos del carajo, siempre metiéndose en las guayabas!

–  ¡No!, no la tires, devuélvemela- grité.

– Oye no te pongas así, solo es una guayaba y tiene gusano- respondió.

– Pues me da igual que tenga lo que tenga, dámela, es mi guayaba- agregué categórica.

– ¿Y para qué la quieres? ¿Te la vas a comer?- replicó.

– ¡La quiero para mirarla!

– ¿Te volviste loca?, ¿ahora practicas la meditación de la guayaba?

Respiré profundamente y recuperando la calma, le dije -Lo que tiene esa guayaba no es un gusano, si no una mujer caracol que estaba experimentando su libertad, que se había decidido a salir de su zona de comodidad y disfrutaba los placeres de la naturaleza.

– ¿Qué, de qué me estás hablando, te fumaste algo? Mira, ya regresaré en otro momento, ¡toma tu guayaba!.

Me dio la fruta y se marchó.

Con tanto ruido la mujer caracol se había despertado y me miraba. Me disculpé por el episodio y le propuse que regresara a su caparazón, pero para sorpresa de ambas, cuando ella quiso entrar en él, vimos que ya no cabía. En ese corto lapso de tiempo, ambos habían cambiado. Ella se había hecho más larga, y el caparazón, feliz de no estar ocupado, se había relajado y parecía hecho de gelatina.

Un silencio imprevisto se nos enrolló en la boca, en la mirada, en el cuerpo…

Minutos después, ella dijo:

–          No te preocupes por mí, ahora soy libre, quiero disfrutarlo.

–          Muy bien, adelante, respondí.

Ella se alejó gateando y se sumergió de lleno en un mango que se había estrellado contra el suelo.

Desde entonces para mí, el olor de la guayaba, es un canto de libertad.

Título del relato: Mi guayaba ©
Título del dibujo: La que palpa el camino © (técnica mixta)
Dibujo y relato de Isabela Méndez

Esta esfera

Este planeta es hembra,
rojiza su piel
de volcanes menstruales
y montañas como senos.

Es de arena esta esfera
en los puntos en que el mar ha lamido sus piedras.

Una dama blanquecina
diseminada y plena,
tocada por la espuma
que dibuja humedades sobre ella.

Título del poema: Esta esfera ©
Título del dibujo: Mujer playa (Técnica mixta) ®
Dibujo y poema de Isabela Méndez

Reflexiones lunares V

V

Hay lunas morenas,
lunas blancas,
lunas anchas o delgadas,
lunas de cortas o largas piernas,
lunas de pelo color de luna
o color de nuez y almendra,

Todas,
han volcado tantas veces
su íntimo cobijo
en esta tierra.

Cobijo carmesí
que recuerda,
cuán luna se es

cuando se es hembra.

Título del poema: Reflexiones lunares V ©
Título del dibujo: Íntimo cobijo (Técnica mixta) ®
Dibujo y poema de Isabela Méndez

Ese trazo

I

Es el recuerdo
ese trazo que reina por instantes
sobre el olvido.

Y son insectos alados
las antiguas caricias,
se cuelan por algún poro
abierto desde entonces,

boca invisible
que espera la cosquilla.

 

II

Si un poro es una boca invisible,
jamás habrá silencio en nuestro cuerpo.

Cada poro es una gitana
que embruja
que anuncia.

Al morir nosotros,
escaparán los poros
de nuestro cuerpo

y seremos de cartón.

Existirán libres
de nuevo entre la tierra

sembrados
respirantes.

Título del poema: Ese trazo ©
Título del dibujo: Cariposa © ®
Técnica del dibujo: Lápiz sobre papel, tratado con ordenador
Dibujos y poema de Isabela Méndez

Confesión de una tortuga

Dije tortuga en algún momento lejano, tanto como mi infancia. Y tortugas vi en la playa de la Guaira y en el solar de  la Nona, entre las sombras de las hojas de plátano. Piedras verdosas, móviles montañas, arrugadas y pacientes, eran las tortugas de la costa y de Los Andes.
Tortuga me entendí cuando al compararme con otros, me percaté de que mis ojos percibían con lentitud. Siempre alargando el cuello para acercarme siquiera unos milímetros al mundo de las cosas.
Alguien me dijo y le creí, que para ser maga debía llevar un sombrero de tela almidonada, así que me lo puse. La carga comenzó a hacer mella en mi cuello, ¡pero llevar el sombrero era el mandato! y obedecí.
Con la angustia sobre mi cabeza convertida en sombrero comencé la búsqueda de algo. Un algo que imaginaba cálido, apacible, mío. Más tarde ese algo tuvo nombre: casa, ¡sí, buscaba mi casa!.
Los hechizos se me escurrían por entre el sombrero y las sienes, salpicándolo todo. A veces se dormían entre mis pliegues sin llegar a convertirse en canto, otras se diluían con mi sudor y se emborrachaban de sal…dichosamente en muchas ocasiones los hechizos lograban sembrarse en el camino y crecer frondosos o sencillamente alzar vuelo, como corresponde.
Siempre fui maga, aunque no era consciente de ello y como había puesto la catedral de tela sobre mi cabeza, atribuía la magia a dicho elemento.

Un día en que el calor hacía estragos en mi cuerpo y las arrugas de mi piel se apelmazaban, me quité el sombrero. Primero miré su interior de reojo, luego zambullí en él la mirada y vi que dentro no había nada, ni magia, ni augurios, ni voces, ni liebres o genios. Sentí miedo y rabia por el engaño, mis rugosidades se enarbolaron semejando laberintos de hojilla, me sentí extraviada y preferí creer que lo que veía no era cierto. Pensé -si siempre he llevado el sombrero y no me ha ido tan mal, debe ser que en realidad es eficiente. Quizás no sé ver sus poderes, pero existen-. Así que volví a ponérmelo sobre la coronilla y continué la travesía.
Hoy en una especie de sueño acuoso, he visto la tortuga que soy, y solo así pude sentir plenamente, la brutal carga que significaba aquella catedral de tela. Sonreía pero lucía agotada y el peso empujaba hacia abajo su cabeza, mi cabeza.
Un deseo irrefrenable de liberación, me hizo arrancarle el sombrero. Pude contemplar como su rostro, que era el mío, se hacía tan joven que parecía una sierpe. La magia salía a borbotones por su mirada y en su caparazón se dibujó un ojo azul como una flor.
Ahora la tortuga anda liviana y ha descubierto que a demás de que no necesita sombrero, sin él, puede meter en su caparazón la cabeza.
Declaro por tanto, que este Abril, la tortuga que soy ha encontrado su casa.

Consejo para tortugas y morrocoyitos
No crean a los vendedores de cachuchas, gorras o viseras mágicas. no se dejen poner sombrero por nadie, si se lo ponen ya no podrán meter la cabeza en el caparazón.
Cómanse las hojas y de vez en cuando alguna flor. Gocen del tomate y sus semillas, llénense el morro de su jugo e investiguen sus profundidades. ¡El tomate es un festín! Disfruten de la tierra húmeda bajo las patas, rásquense con las raíces y pregúntenles cómo es la vida subterránea.
Saluden con reverencia a las pasas, que son pequeñas tortugas dulces y a las nueces, que son ancianas tortugas, totalmente cubiertas por el paso del tiempo.
Y por favor, si ven a alguna tortuga patas arriba, denle un empujón cariñoso y firme para que pueda volver a caminar y no se ahogue. Todas las tortugas necesitamos de ese empujón, alguna vez.

Título del escrito: Confesión de una tortuga ©
Título del dibujo: Tortugas de un sueño antiguo © ®
Técnica del dibujo: Papel tratado y teñido a mano con técnica PL y dibujo en tinta
Dibujos y escrito de Isabela Méndez

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