Archivo de la categoría ‘Relatos’

La pequeña mentira

Consuelo. Isabela Méndez

La estreché, cobijé su angustia, sentí como su cuerpo se encogía. Ella ahogaba sus alaridos, no articulaba palabras. Yo no podía ser su madre, éramos contemporáneas, pero por instantes fue mi niña, una fiera reducida por el miedo. Tuvo terror al ver que su propio poder la había encarcelado. Cuando pudo hablar, dijo:
—¡He mentido, he mentido! —Y lloró con lágrimas de barro, de arena y trigo—. Mi mentira es pequeña y al mismo tiempo es una fosa profunda, en la que caigo cada vez que la recuerdo. Creo que los demás lo adivinan. Mi mentira me ha dejado tan desnuda ante mí, una vez que la conciencia me alcanzó, que se ha tornado en una gruesa capa de frío, y no hay lana que me dé calor. Es tonta mi mentira, pero me quita espacio, me hace dudar de mi verdad, de mis certezas.

Durante un largo rato la acuné. Luego lloré con ella, pensé en mis propias mentiras, las que me he dicho, las que han sido zancadillas para mis pasos. Le dije:
—Yo también he mentido.

Éramos espejos, vernos reflejadas nos hizo gracia, el llanto se volvió sonrisa, nos fuimos calmando. Nos abrazamos, ninguna dijo nada más. Tras separarnos, ambas caminamos liberadas.

Título del relato: La pequeña mentira ©
Título del dibujo: Consuelo (Técnica mixta) ©
Autora del relato y dibujo: Isabela Méndez
@mendezisabela

 

Formas de entender un árbol

–     Detesto  los árboles altos, sus frutos quedan demasiado distantes de mis manos y cuando caen pueden hacer daño en la cabeza. Frutos suicidas, se estrellan contra la tierra y llenan todo de pulpa, ¡cuerpos dulces y necios desperdiciados!, así no se pueden vender, ni comer, solo sirven para ensuciar el suelo.
–     Los árboles tan grandes nos recuerdan lo minúsculos que somos y lo lejos que quedan algunos sueños de ser alcanzados por nosotros.
–     Creo que los árboles jirafa pueden tener amores con las nubes que vuelan bajo.
–     Esos árboles enormes deben tener la desdicha de avizorar primero que el resto, cuando una catástrofe se avecina.

….

Me quedé viendo la copa de aquel árbol, tras  haber trepado por la corteza de su tronco con mis pupilas. Vi que el sol estaba allí, era un  ojo de fuego,  cerca pasaba un ramillete de nubes como barbas etéreas que hacían del cielo un Polifemo. ¡Ese Polifemo miraba el planeta que yo habitaba!, y viví una aventura mitológica en cuestión de segundos. Quise abrir los brazos, me pareció que volaba, mi cuerpo se alargó, respiré profundamente. Cabalgué sobre la brisa, saboreé un banquete de quimeras en salsa. Vencí el oprobio con mi espada, toqué el laúd, miré por un catalejo cómo mi soledad era una isla que yo conquistaba y quise a cada una de sus olvidadas criaturas, sin ordenarles que cambiaran su lengua o sus trajes.

Amé a un semidiós llamado Silencio, hicimos el amor con los párpados, en una contienda de pestañas húmedas, al final hubo lágrimas sobre nuestras mejillas.

Silencio se esfumó, mi sexo palpitó en soledad,  tuve la certeza de que tenía el corazón entre las piernas. Un corazón tierno, puro, una boca que pronunciaba fluidos, una gruta hacia mis entrañas, y supe que estaba completa, que no había que buscar fuera, que solo había que encontrar, que celebrar el roce y las despedidas.

El canto de un grillo me hizo volver de mi viaje y posar de nuevo la mirada en los frutos. Pensé en mis anhelos, los que aún no había convertido en materia, me sentí alegre de seguir teniendo sueños de estatura imponente.

No sé si los lograré todos, pero sé que me hacen levantar la mirada, abrir los brazos, volar y tener la certeza de que respirar tiene sentido.

Título del relato: Formas de entender un árbol
Título del dibujo: Deseos (Tinta y acuarela sobre cartón) ©
@mendezisabela

 

Para contar una oveja

Para contar una oveja comience por cualquier punto de su lana. Debe primero encontrar el modo de adquirir el tamaño de una mosca.

La fluidez de la narración activa, dependerá de que procure no enredarse en la pelambre, pero si lo hace, que sea con gusto. Intente entonces regodearse en el calor y si está cerca del corazón ovejuno, cuente sus latidos, suelen ser buenos para adormecer. Una siesta en la piel de una oveja es de lo más tórrido que existe.

Si estuviera cerca de la zona digestiva y la oveja atravesara por momentos difíciles,  aléjese con disimulo a un lugar menos expuesto a los gases, que suelen salir sin pudor y no dan tregua, pues casi todo en la oveja es fluidez y placidez. Digo que lo haga con discreción ya que la oveja tiene una importante característica a tomar en cuenta y es que sus emociones se resienten con facilidad. Si la oveja llegara a resentirse con usted, entonces se verá involucrado en un nudo, del que le resultará complejo librarse. Los nudos se producen una vez que la oveja, ofendida, se restriega con saña contra la hierba. Para salir del lio, se precisa la ayuda de un esquilador, que suele cortar de manera tajante el rollo, cosa que entorpece la narración vivencial.

Si usted no ha cometido la ofensa, quédese tranquilo y continúe explorando la mullida superficie del animal, mientras inmortaliza su experiencia en una minúscula grabadora, lo que equivale a contar una oveja.

En caso de que logre salir victorioso de la visita a la nube encarnada, estará capacitado para aportar su definición a continuación de las que aquí propongo:

  • Una oveja es un animal recubierto de espuma que se volvió pilosa para no desaparecer.
  • Las ovejas son pedazos de montañas nevadas que decidieron moverse.
  • Una manada de ovejas, es un continente de espuma.
  • Ciertos tipos de oveja son las hermanas animales de los sauces llorones.
  • Las ovejas son lampazos vivientes que limpian de insomnios, cuando estamos en la cama y las imaginamos saltando sobre una verja.

Título del poema: Para contar una oveja ©
Título del dibujo: Lanzarse a una oveja (Pastel) ©
@mendezisabela

La Meretriz

-Ponte tu mejor vestido que hoy en la noche vendrás a cenar a casa, y si estás de acuerdo, haz la maleta para no volver- dijo el cliente que se había enamorado de la meretriz.

Ambos se habían visto sorprendidos por un calor dulce en las pupilas, luego de encontrarse varias veces en aquella habitación decorada con telas de peluche, en donde los aromas se iban quedando como capas sobre las paredes, ¡olor a humanidad agitada, a tristeza distraída! Allí habían iniciado un vínculo fiero e instintivo y habían tropezado sin querer con la ternura.

Esa noche a la hora convenida, la Meretriz salió de su habitación con una maleta en la mano, maquillada, con el cabello recogido, un pantalón y el pecho desnudo.

-Porqué no te has vestido, preguntó el hombre- , ella respondió:

-Me he puesto mi mejor gala, no quiero ocultar los senos con que nutriré a nuestros hijos, hoy no voy a tapar con telas mi piel y sus pliegues, son la blusa más fina que he tenido.

Si salgo de aquí ha de ser con el torso desnudo pues allí late mi corazón y él ahora no admite barnices.

Sabes que vengo de fabricar gemidos diarios, de producir placeres sin tregua, de fingir sonrisas para tener un plato de comida, de vestir ropas brillantes con colores que chillan como mascotas olvidadas.

Quiero que esta noche me vista el deseo, me cobije la confianza, me haga de fular tu brazo.

Que nuestra unión sea una nueva ventana para ver el paisaje con los cuerpos ceñidos, buscando que el horizonte nos una en su viaje-.

La Meretriz y el cliente marcharon en silencio, cautivos de su euforia, esa que provocan los pactos sentidos, auténticos, esa que se trepa del plexo solar hasta la tráquea y que hace posible el destino elegido.

 

Título del relato: La Meretriz ©
Título del dibujo: La mujer robusta © (pastel)
Técnica del dibujo: Pastel
Dibujo y relato de Isabela Méndez
@mendezisabela

Mi guayaba

Un sonido peculiar, una mezcla de chasquidos y pujos llamaron mi atención. La vi salir del caparazón y gatear sobre la tierra. Palpaba texturas cotidianas, que ahora, sin la carga de su casa circular, se revelaban distintas. Sus manos parsimoniosas, sus dedos como pequeños insectos olían la humedad.

Acercó su rostro al suelo y descubrió que las raíces hablaban con un murmullo similar al que hacía el viento al visitar su carcasa.

Tropezó con una guayaba y embriagada por su perfume decidió zambullirse de lleno en su meloso corazón. Las antenas se le pusieron dulces, y más dulce fue el sueñito que le invadió. La vi cerrar los ojos, plácidamente, acurrucada entre las semillas. El sueño se me contagió, quedé dormida en la hamaca.

De pronto la voz de mi vecino me despertó. Miré aterrorizada que había cogido la guayaba y se disponía a tirarla a la basura, mientras decía – ¡Qué asco estos gusanos del carajo, siempre metiéndose en las guayabas!

–  ¡No!, no la tires, devuélvemela- grité.

– Oye no te pongas así, solo es una guayaba y tiene gusano- respondió.

– Pues me da igual que tenga lo que tenga, dámela, es mi guayaba- agregué categórica.

– ¿Y para qué la quieres? ¿Te la vas a comer?- replicó.

– ¡La quiero para mirarla!

– ¿Te volviste loca?, ¿ahora practicas la meditación de la guayaba?

Respiré profundamente y recuperando la calma, le dije -Lo que tiene esa guayaba no es un gusano, si no una mujer caracol que estaba experimentando su libertad, que se había decidido a salir de su zona de comodidad y disfrutaba los placeres de la naturaleza.

– ¿Qué, de qué me estás hablando, te fumaste algo? Mira, ya regresaré en otro momento, ¡toma tu guayaba!.

Me dio la fruta y se marchó.

Con tanto ruido la mujer caracol se había despertado y me miraba. Me disculpé por el episodio y le propuse que regresara a su caparazón, pero para sorpresa de ambas, cuando ella quiso entrar en él, vimos que ya no cabía. En ese corto lapso de tiempo, ambos habían cambiado. Ella se había hecho más larga, y el caparazón, feliz de no estar ocupado, se había relajado y parecía hecho de gelatina.

Un silencio imprevisto se nos enrolló en la boca, en la mirada, en el cuerpo…

Minutos después, ella dijo:

–          No te preocupes por mí, ahora soy libre, quiero disfrutarlo.

–          Muy bien, adelante, respondí.

Ella se alejó gateando y se sumergió de lleno en un mango que se había estrellado contra el suelo.

Desde entonces para mí, el olor de la guayaba, es un canto de libertad.

Título del relato: Mi guayaba ©
Título del dibujo: La que palpa el camino © (técnica mixta)
Dibujo y relato de Isabela Méndez

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