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Historias de infantas para no infantes
Ya estoy de regreso. Toda una aventura ir de Zaragoza a Illueca. Llovía mucho, la carretera estaba en obras así que Carlos Cruz y yo aprovechamos el viaje para tararear y cuadrar detalles, el tiempo se diluía entre los charcos de la vía y sabíamos que llegaríamos después de lo previsto al Castillo Papa Luna.
Una vez en el castillo, cenamos un bocata a las carreras y nos pusimos a repasar el repertorio en un salón.
A pesar del clima, personas de todas las edades fueron llegando, desde una niña de unos 9 años hasta gente de pelo cano y sonrisa franca.
De pronto había comenzado la función, el desafío de estar frente a quienes jamás te han visto y de crear la suficiente intimidad y calidez para compartir el aliento, en medio de un espacio con techos altísimos y un ambiente frío. Pero sucedió, gracias a Dios la gente tenía deseos de escuchar, de reír, de llorar, de completar frases, de ser tocada por los acordes que Carlos creaba y las palabras y los silencios que si no comparto me ahogan.
Según iba moviéndome sobre la tarima, descubría que rechinaba en cada punto, como contando su propia historia, confiriendo un halo de misterio a la sesión.
Como siempre Carlos y yo hicimos hallazgos, incluso dentro de relatos que ya hemos presentado juntos en muchas ocasiones.
De regreso a Barcelona, un poco cansados en el tren, comentábamos las cosas a pulir y los aciertos.
A Illueca fuimos invitados a actuar dentro del marco de actividades de la Semana de la mujer trabajadora. Llevamos “Historias de Infantas para no infantes” un espectáculo que escribí inspirada en la fuerza femenina. Los relatos en prosa o en verso y las canciones hablan de mujeres que creen en sus sueños y encuentran en su interior el poder para gobernar sus vidas. Vamos mezclando música y cuentos, a veces los personajes cantan, otras las canciones narran costumbres y episodios de los personajes. Hacemos un recorrido por distintos estilos musicales tales como el tango, la música llanera venezolana y los cantos de pilón, entre otros.
Al concluir la sesión, la Concejala tenía una sonrisa en el rostro y se nos acercaron varias personas animadas.
Deseo que estos cuentos lleguen a cuantos oídos sea posible, es mi manera de aportar a la sociedad la fe que tengo en las mujeres y por qué no decirlo, también en los hombres. Creo en un mundo en que las mujeres pueden realizar sus sueños a la par de los hombres que las acompañan, dentro de un ambiente de libertad y equilibrio.
Las princesas de mis cuentos son salvadas por hombres sencillos y por la potencia de la naturaleza. La Eva de la que hablo, cree en la comunicación y en la posibilidad de alzar vuelo cada vez que lo precisa, la esclava negra Elataé es capaz de salvar a su amado por medio de sus cantos…
Me despido de quienes me leen, enviándoos mi cariño y anhelando que alguna vez compartamos una sesión de cuentos, mientras consigo la manera de publicar en papel para que estas historias puedan estar entre vuestras manos en forma de libro.
Este fue el cartel del evento:
Título del escrito: Historias de infantas para no infantes
Escrito por Isabela Méndez
El piano de palabras
Recuerdo aquel momento en que mi abuelo Aquiles, me subió a sus piernas para enseñarme de cerca el funcionamiento de la máquina de escribir. Dejó que yo tecleara, y quedé hechizada para siempre. Me produjo alegría, que al saltar mis dedos sobre los cojincitos blancos llenos de letras, unos finos bracitos de metal aterrizaran sobre el papel plasmando las letras que yo escogía. ¡Había descubierto mi piano de palabras!, la música del tintineo de las teclas lloviendo sobre la hoja, de la hoja saliendo o entrando en el rodillo, y de la campanita que sonaba cuando se acababa el margen. Luego salía de la máquina una partitura que mi querido abuelo sabía descifrar, y que en su boca se convertía en palabras.
En el estudio de la casa de mi abuelo pasaban grandes cosas, como por ejemplo verlo en estado de éxtasis, dirigiendo a una orquesta imaginaria, mientras escuchaba a Beethoven, Vivaldi, Brahms, alguna de sus óperas favoritas o una zarzuela. A veces lo encontraba concentrado leyendo un artículo de medicina o riendo a carcajadas con las caricaturas del periódico. También se encerraba a escribir cosas relacionadas con su especialidad, porque mi abuelo además de ser un hombre sensible y de un gusto artístico refinado, era oncólogo, ginecólogo y cirujano.
Al entrar en su estudio, sentía que estaba en un territorio un tanto sagrado, con el olor a madera, el pisapapeles, las plumas, las hojas con membrete, las enciclopedias y diccionarios, los discos…Mi abuelo, amorosamente extraía de una cajonera una mesita que quedaba a mi altura, me daba lápiz y papel para que yo también pudiera escribir. Me sentía un poco adulta, importante, querida y estimulada por aquel hombre con cabellera de nubes.
Aquiles Erminy Rossiano (apellido que en el trópico se convirtió en Russian) era nieto de corsos, italianos y vascos. Nació en Carúpano-Venezuela y buena parte de sus estudios los hizo en Trinidad por lo que su inglés tenía una simpática cadencia.
A veces lo escuchaba hablar de su abuelo francés, pero hay que decir que el tono en que lo hacía era de tarantela. En su forma de expresarse mi abuelo era más italiano que otra cosa, siempre grandilocuente iba de la risa a la rabieta más acalorada.
De Papío, que era como sus nietos le llamábamos, conservo no solo sus genes si no las memorias de su alegría, de su ímpetu infantil, de su saludo cariñoso a la gente que se encontraba mientras caminaba por la playa o la clínica, de su figura alta y delgada bailando “Billos” o “Los Melódicos” a un paso que jamás pude seguir, o jugando al tenis, de la narración de los días en que siendo un niño subía al escenario del teatro de Carúpano a cantar, de su generosidad inmensa, su capacidad de trabajo y de lucha.
En especial lugar guardo la remembranza, de aquella vez que me subió a sus piernas para mostrarme el “piano de palabras”, instrumento musical del que nunca me he separado. Hoy convertido en pantalla y teclado.
Esta carta quiere llegar hasta el cielo, donde debe estar Papío admirando la belleza de las estrellas, que a menudo lo dejaban absorto.
Cabellera de nube
ciclón de palabras
hombre de ciencias, música y estrellas.
raíz de mi raíz
intelectual y niño.
Gracias por dejarme tanto
como herencia.
Isabella
Título : El piano de palabras (Barcelona 08/11/10) © ®
Título de la foto: El gran descubrimiento (En la foto: Papío e Isabelita)
Escrito por Isabela Méndez ®