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El piano de palabras

Recuerdo aquel momento en que mi abuelo Aquiles, me subió a sus piernas para enseñarme de cerca el funcionamiento de la máquina de escribir. Dejó que yo tecleara, y quedé hechizada para siempre. Me produjo alegría, que al saltar mis dedos sobre los cojincitos blancos llenos de letras, unos finos bracitos de metal aterrizaran sobre el papel plasmando las letras que yo escogía. ¡Había descubierto mi piano de palabras!, la música del tintineo de las teclas lloviendo sobre la hoja, de la hoja saliendo o entrando en el rodillo, y de la campanita que sonaba cuando se acababa el margen. Luego salía de la máquina una partitura que mi querido abuelo sabía descifrar, y que en su boca se convertía en palabras.

En el estudio de la casa de mi abuelo pasaban grandes cosas, como por ejemplo verlo en estado de éxtasis, dirigiendo a una orquesta imaginaria, mientras escuchaba a Beethoven, Vivaldi, Brahms, alguna de sus óperas favoritas o una zarzuela. A veces lo encontraba concentrado leyendo un artículo de medicina o riendo a carcajadas con las caricaturas del periódico. También se encerraba a escribir cosas relacionadas con su especialidad, porque mi abuelo además de ser un hombre sensible y de un gusto artístico refinado, era oncólogo, ginecólogo y cirujano.

Al entrar en su estudio, sentía que estaba en un territorio un tanto sagrado, con el olor a madera, el pisapapeles, las plumas, las hojas con membrete, las enciclopedias y diccionarios, los discos…Mi abuelo, amorosamente extraía de una cajonera una mesita que quedaba a mi altura, me daba lápiz y papel para que yo también pudiera escribir. Me sentía un poco adulta, importante, querida y estimulada por aquel hombre con cabellera de nubes.

Aquiles Erminy Rossiano (apellido que en el trópico se convirtió en Russian) era nieto de corsos, italianos y vascos. Nació en Carúpano-Venezuela y buena parte de sus estudios los hizo en Trinidad por lo que su inglés tenía una simpática cadencia.

A veces lo escuchaba hablar de su abuelo francés, pero hay que decir que el tono en que lo hacía era de tarantela. En su forma de expresarse mi abuelo era más italiano que otra cosa, siempre grandilocuente iba de la risa a la rabieta más acalorada.

De Papío, que era como sus nietos le llamábamos, conservo no solo sus genes si no las memorias de su alegría,  de su ímpetu infantil, de su saludo cariñoso a la gente que se encontraba mientras caminaba por la playa o la clínica, de su figura alta y delgada bailando “Billos” o “Los Melódicos” a un paso que jamás pude seguir, o jugando al tenis, de la narración de los días en que siendo un niño subía al escenario del teatro de Carúpano a cantar, de su generosidad inmensa, su capacidad de trabajo y de lucha.

En especial lugar guardo la remembranza, de aquella vez que me subió a sus piernas para mostrarme el “piano de palabras”,  instrumento musical del que nunca me he separado. Hoy convertido en pantalla y teclado.

Esta carta quiere llegar hasta el cielo, donde debe estar Papío admirando la belleza de las estrellas, que a menudo lo dejaban absorto.

Cabellera de nube
ciclón de palabras
hombre de ciencias, música y estrellas.
raíz de mi raíz
intelectual y niño.

Gracias por dejarme tanto
como herencia.
Isabella

Título : El piano de palabras (Barcelona 08/11/10) © ®
Título de la foto:  El gran descubrimiento (En la foto:  Papío e Isabelita)
Escrito por Isabela Méndez ®

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