¡Vaya a su desván!

 (Este antiguo escrito lo he desempolvado animada por una conversa que tuve con Evlín, autora del blog ¡POR MIS TACONES!)

¡Cabe tanta pena en las entrañas!. Hay memorias que por tristeza confinamos en el desván.
Quizás las lanzamos airados sin buscarles baúl, o acaso nos tomamos el trabajo de amordazarlas con lazos de seda.
Lo cierto es que pese a que hayamos sellado cada hendidura de las paredes del desván, la pena se filtra como el agua, orada, penetra, vuela, burla y encuentra nuestra humanidad infantil, vulnerable.
Nos hacemos los heridos, los olvidantes, los cínicos, los indiferentes, a cambio recibimos una aparente calma, un dominio de la máscara y el disfraz, el escudo y la espada. 
Pero soterradas o encarceladas en el altillo, gritan nuestras bestias, nuestros desaciertos ignorados. Allí se cuece entre un fuego frío, la sombra que se colará hasta que la lloremos como merece. Hasta que digamos  a esa persona que nos hirió, aunque sea en la intimidad de nuestro silencio: -Sí, te amé, te amé tanto que dejé de amarme, que entregué mi espacio y mi instinto, que abandoné mi intuición. Te amé y por ello perdoné tu violencia, tu arrogancia. Te amé y por eso me dolía tu derrota. Pero no soy responsable de tu historia e inmolándome no te devolví lo que habías perdido. En lugar de ello me extravié, me alejé de mi misma. 
Ahora que estoy cerca de mí, que el tiempo ha lamido mis heridas con paciencia, me despido de verdad, nos dejo libres del dolor que tanto pesaba-. 
El lastre más pesado es el que creemos que hemos condenado al olvido, ese que no descubrimos por miedo a ver nuestra tristeza desnuda. Pero el dolor es tenaz y siempre nos alcanza. 
¿Cómo nos alcanza? Es un guerrero perspicaz y se hace notar a través de la enfermedad, el desánimo, la apatía, el miedo, la culpa, la furia. 
Puedo decir que al haber trocado mi rabia y mi indiferencia en lágrimas, soy más libre. 
Por ello ahora que he acogido una tristeza que desconocí  por años, que he sentido mi estómago contraerse y mi pecho soltar un llanto telúrico, me animo a escribir para alentar a quien me lea, a que vaya a su desván y que llore cuanto sea necesario. 

Nota: Busqué en el diccionario la palabra olvidante y no la encontré. Creo que la ha inventado mi escrito, así que describo lo que esconden sus letras. 

Olvidante: Dícese del que ejecuta la acción de olvidar. 
Toda persona que se declare olvidante,  le otorga al recuerdo una importancia superlativa y por ende se convierte en recordante.  

Título del escrito: Vaya a su desván © ®
Título del dibujo: La olvidante © ® (Tinta sobre papel)
Dibujo y escrito por Isabela Méndez

3 comentarios para “¡Vaya a su desván!”

  • Valeria Marcon:

    He querido muchas veces ser una «olvidante» y termino siempre regresando sobre mis pasos, transformándome en una «recordante». En ese desván, lleno de pesares más que de alegrías, deberíamos hacer limpieza, sacudir el polvo de las desgracias y abrir las ventanas para que se vayan lejos.
    Me has gustado mucho amiga. Tus palabras son certeras y agudas. Besos.

  • Alejandra Toro:

    …es que llorar es muchas veces un acto de valentía…y en este mundo… pareciera que no queda espacio para los heroes…

    …con el llanto se vuelve a nacer…y sin el morimos…

  • Neritza:

    Mija, pero que afilado tiene ese lápiz. Aquí estoy, anegada pues. Esperando que el llanto no me ahogue sino que me empuje a flotar.
    Gracias querida.

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