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Llanto, altares callejeros y humo

Hoy recuerdo aquella mañana en que un desconcertado bullicio se colaba por el espacio angosto entre la puerta y el suelo. Las voces venían de los pasillos, era temprano. Nadie sabía qué pasaba ni por qué. Desde la terraza de la Markle Residence, a unas 20 manzanas del World Trade Center, se podía ver un avión incrustado en una de las torres, y una humareda. Llegué a subir a la terraza, pero el dolor no me permitió ver más allá de lo que ya mi corazón lamentaba y percibía sin necesidad de cámaras o telescopios. No quise contemplar aquello, me parecía aterrorizante ver la tragedia o fotografiarla. De todos modos, la información llegó durante meses, cada vez que se encendía una radio o un televisor.
Pronto fueron dos aviones incrustados en aquel lugar, y la hermosa ciudad de Nueva York junto a todos los que en ese momento la habitábamos, nos comimos el miedo a cucharadas soperas, nos tragamos el humo, y en cuestión de horas nos vimos rodeados de altares con las caras de los desaparecidos. Esa mañana rezamos con fervor pidiendo que ninguna persona cercana estuviera allí y rogamos para que los que estaban atrapados, pudieran salir.

En los altares callejeros confluían todos los credos y una sola plegaria, por la paz.

La zozobra que quedó en el ambiente era tal, que durante semanas, el más mínimo sonido fuerte, nos sobresaltaba. La residencia en la que yo vivía, estaba dentro de la zona acordonada por la policía. Teníamos que mostrar el pasaporte para poder entrar o salir de casa. En la parte de atrás de nuestra cuadra, quedaba uno de los hospitales que recibió algunos de los muchos heridos. Y las sirenas de ambulancias se convirtieron en plañideras sin turno de descanso.
El sueño americano se había tornado en una pesadilla. La ficción más grotesca había quedado pálida ante una realidad que burló toda previsión, y que birló esperanza y alegría.

Muchos de los estudiantes extranjeros de actuación de la escuela Lee Strasberg, donde yo estudiaba, cogieron el primer vuelo que pudieron para retornar a sus países.

Yo rezaba, lloraba, me hacía preguntas, me abrazaba a mis amigos y como siempre, escribía, escribía, escribía. Algunas poesías rotas, que mostraban sus vísceras, llenaron pronto un cuaderno. Me impactaba y me sigue impactando que el ser humano sea capaz de elegir la destrucción, a la vida.

Pero aunque el ruido fue enorme y el dolor inmenso, el devenir de los días y los años me ratifica que afortunadamente somos más los que queremos la vida y los que nos apuntamos a la tropa que dialoga, respeta la diversidad y busca hacer de este planeta un lugar mejor, en el que la paz, tenga lecho y cobijo en cada corazón.

En memoria de los fallecidos el 11 de Septiembre, y en la de sus familiares y amigos. Dios bendiga a Nueva York.

Título del relato: Llanto, altares callejeros y humo © ®
Título del dibujo: Tristeza celeste (Técnica mixta) © ®
Relato y dibujo de Isabela Méndez

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