Reflexiones invernales de un buñuelo


Estoy harta de la ropa:
sombrero, abrigo, pañuelo,
con tanta cosa en el cuerpo,
me siento como un buñuelo.

Semejante vestimenta,
tapa con impunidad,
las curvas que deberían,
marcar la femineidad.

Los críos van en sus coches
bárbaramente empotrados,
y apenas logran mover
los ojos hacia los lados.

En cuanto a los ancianitos,
genera cierta piedad,
verlos arrastrar el peso
del gabán y de la edad.

Para utilizar el metro
y evitar el vaporón,
hay que quitarse la ropa
con cuidado en el vagón.

Debe abrir muy bien los ojos,
mirar en todo momento,
no vaya a perder su gorro
o roben sus documentos.

Y olvídese de rascarse
si le invade algún picor,
porque si consigue hacerlo,
será a costa de su humor.

A menos de que usted tenga
al lado un buen compañero,
que mientras usted se rasca,
le sirva como perchero.

Concluyo que es colosal
aquel concierto brillante,
que Vivaldi le compuso,
al tiempo, siempre cambiante.

Pero sería mejor
y evitaría el estrés,
que en vez de cuatro estaciones
nos quedáramos con tres.

Ante la dificultad
de gestionarlo a mi antojo,
mejor espero arropada
y hago descender mi enojo.

Tendré que beber entonces,
de paciencia alguna ampolla,
para poder soportar,
seguir siendo una cebolla.

Título del escrito y dibujo: Reflexiones invernales de un buñuelo (Técnica mixta) ©
Pincelada de Isabela Méndez
@mendezisabela

 

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